“El Señor le preguntó a Caín: —¿Dónde está tu hermano Abel? —No lo sé —respondió—. ¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano?” Génesis 4:9 NVI
Todos recordamos la historia de Caín y Abel. Abel fue el primer hijo de Adán y Eva, Caín el segundo. Abel era pastor de ovejas y Caín era agricultor. Un día Caín le llevo a Dios una ofrenda del fruto de la tierra y Abel también le llevo una ofrenda, pero éste último le llevo lo mejor de su rebaño, y Dios vio con agrado su actitud, no así a Caín. Tal fue el enojo y los celos de Caín hacia su hermano que apenas tuvo la oportunidad lo atacó y lo mató. Cuando Dios le pregunto por Abel, esa fue su respuesta “¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano?”
Esta es la respuesta que le damos a Dios todos los días, cuando vemos al pobre y no hacemos nada por el, cuando vemos al perdido y seguimos nuestras vidas como si nada; el sistema de este mundo nos ha hecho creer que no tenemos responsabilidad sobre los que nos rodean. Y es que este sistema económico usa el egoísmo para obtener el bien común, según Adam Smith “No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés.”
Pero los que somos discípulos de Cristo tenemos la obligación de obrar diferente.
“Queridos hijos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo. Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios. Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano. Este es el mensaje que han oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros. No seamos como Caín que, por ser del maligno, asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo hizo? Porque sus propias obras eran malas, y las de su hermano justas. Hermanos, no se extrañen si el mundo los odia. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. Todo el que odia a su hermano es un asesino, y ustedes saben que en ningún asesino permanece la vida eterna. En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos. Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él? Queridos hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad.” 1 Juan 3:7-18 NVI
Y…
“»Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda. »Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron”. Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”. »Luego dirá a los que estén a su izquierda: “Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer; tuve sed, y no me dieron nada de beber; fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me vistieron; estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron”. Ellos también le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?” Él les responderá: “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí”. »Aquellos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».” Mateo 25:31-46 NVI
Prejuicios de la cría de cabras (Wikipedia): el pastoreo de cabras produce desertificación, pues eliminan todos los plantones nacientes, y comen hasta los cables en los parques solares (que son compatibles con el pastoreo de ovejas, que si son positivas para la sostenibilidad de la tierra, no producen aniquilación de plantas, ni erosionan y producen compactación por sobrepeso; son aptas para tierras pobres). La educación de la cabra en los países de arboledas, plantíos y sementeras es muy difícil, a menos de que no se la someta a las leyes de la más severa domesticidad. No solamente destruye los árboles nuevos, sino también los viejos y la defensa que se pone para quitarlos del alcance de los otros animales, es de todo punto inútil con la cabra, para la que no hay obstáculo de ninguna especie; de un salto se encaraman en los árboles, cuyas ramas tiernas apetecen mucho, y les inutilizan completamente. El mejor medio de evitar estos inconvenientes es el de llevarla a terrenos estériles, pedregosos y montañosos, lo cual se consigue sin gran esfuerzo, confirmándose el adagio de que la cabra tira al monte y, llevarla siempre por veredas determinadas, acostumbrándola en lo posible a que no varíe de camino.
¿Entonces eres oveja o cabra? Elige hoy ser oveja y usar tus talentos y recursos para el bien del prójimo y del planeta, pues los que pertenecemos a Cristo tenemos la obligación de manifestar la cultura de Su Reino; sin importar el nombre de la nación o sociedad en la que debamos habitar durante esta era. Porque al final, Jesús, el último Adán (1 Cor 15:45) le entregará de nuevo al Padre una ofrenda con lo mejor de su rebaño, y El quiere que tú y yo seamos parte de ella.